Humberto Laranjetta nació (como se estilaba en ese entonces) en un frío día de verano ¿o es que acaso un día de verano no puede ser frío?. Fue en la ciudad de Bahía Blanca, a la vera de la Ruta, bajo un ombú, entre la música de los Teen Tops que traía el viento desde una radio lejana. Ese hecho fue uno de los tantos que lo marcó de por vida, en parte por lo particular de la situación, pero en gran medida debido a un golpe contra el pavimento en el momento preciso del alumbramiento, que le dejó una cicatriz en la frente.
Allí nació su pasión por las rutas, los viajes y la música que lo condujo, obviamente, al mundo de la ciencia. Su familia se radicó en Azul, provincia de Buenos Aires donde pasó su infancia, a la vera de la Ruta 3 observando los movimientos de los automóviles y las peleas de los camioneros, que también le dejaron un par de marcas en la piel debido a que las observada muy de cerca. Generalmente él era uno de los participantes.
Ya entrado en su adolescencia Humberto se fugó de su hogar, pues si bien no se peleó con sus padres, lo hizo con el resto de la localidad. Fue a parar a un aislado paraje llamado Laguna Amarilla, donde se encontró con un tío lejano quien, apiadado por su apariencia andrajosa, le dio un consejo signaría su destino; Le dijo que tenía que dedicarse a la química, porque los químicos estaban llenos de guita. (Mucho tiempo después, ese tío terminaría internado en un perdido neuropsiquiátrico de La Pampa, donde conocería a una monja con la que tuvo una hija, de nombre Adela).
Fue así que se fue para la costa, hacia Aguas Verdes, donde comenzó sus estudios particulares en esa ciencia, mientras se dedicaba a otra de sus pasiones, la música. Era un fanático de la guitarra (justamente por eso se orientó hacia la química). Fue allí donde comenzó a hacer predicciones, muchas de ellas acertadas, y muchísimas de ellas no, que comenzaron a destacar su genialidad. Luego de sacar el número 998 para ingresar al Servicio Militar predijo dos cosas: que no la iba a pasar bien, y que había alguien con peor suerte que él. Y tuvo razón, no la pasó muy bien: fue enviado a un destacamento militar en Río Colorado, en el que revivió los grandes hitos de su vida: la ruta, el frío y los golpes. Fue allí que acuñó una de sus frases que hoy en día se citan en prácticamente todos los libros de química y de autoayuda: "No sé para qué correr tanto si no hay ningún lado a dónde ir".
Pasado año y fracción (la fracción fue 363/365), se dirigió a La Plata a estudiar, finalmente, química. Fue allí que continuó con sus predicciones: Predijo que su carrera no iba a ser en 5 años (de hecho fueron 19) y predijo la rotura de un balón tres segundos antes de que se caiga al piso (y se rompa desparramando ácido por todos lados, dejándole una quemadura al lado de una de sus tantas cicatrices). A partir de allí es que fue apodado "El Horangel de la Química", en parte por lo certero de sus predicciones, pero principalmente porque debido a las quemaduras en su cabeza se vio forzado a vestir un exagerado peluquín, digno del famoso astrólogo.
Tuvo un breve paso por la química teórica tomando un curso en la Asociación Química Argentina dictado por el Dr. Eduardo Castro ("Clases de Mandolina por el método de Hartree-Fock irrestricto"), tras lo cual se dedicó a unir sus dos pasiones, la química y la música. Se dedicó al cálculo y estudio de las frecuencias de vibración de los hidrocarburos de bajo peso molecular, productos de la descomposición de materia orgánica, transformándolas en tonos de la escala musical. Su publicación "Música de cámara séptica", fue el tema del momento, y según los comentarios de uno de sus colegas: "No es solo un paper, sino que deberían haber sido 78 metros de puro paper higiénico".
Otros grandes éxitos de su carrera fueron: "Zamba del oxihidrilo", "La Bossa Nova del HPLC", "Serenata para cuerdas en Re-sorcinol", "Síntesis de dihidrocumarinas en Mi-Laboratorio". Pero el mayor de los éxitos lo logró grabando un disco de música bailantera con letras químicas, en el que se encontraba su gran éxito radial: la cumbia intitulada "Nena, me gusta tu Uracilo", que lo condujo, entre otros lados, al programa de Juan Alberto Mateyko (otro químico frustrado) en Mar del Plata.
Fue más tarde que, cansado de sus estudios químico-musicales, aprovechó su fama con las predicciones y formuló el horóscopo que lleva su nombre, también conocido como "El Horóscopo de los Elementos". Luego de eso se pierde su rastro en la historia (principalmente porque debió ocultarse de la mafia de los astrólogos), hasta su reaparición, ya dedicado a la química analítica: Convencido de que toda su historia le dejó un mensaje que oculta su destino, y en base a sus vivencias en Bahía Blanca, Azul, Laguna Amarilla, Aguas Verdes y Río Colorado se sintió predestinado a ser una eminencia en la Colorimetría, pretendiendo explicar que los colores de las banderas de los clubes de fútbol de primera son un factor que altera la química del cerebro de los jugadores, predisponiéndolos a jugar mejor o peor (Evidentemente la combinación de blanco y azul no resulta una combinación favorable). Nuevamente sus colegas apoyaron su nuevo emprendimiento declarando que el único que evidenciaba una alteración química en el cerebro era el propio Laranjetta.
La última aparición del Gran Humberto se registra en su disertación dentro del marco del Congreso Argentino de Química, donde comenzó su exposición repitiendo la frase "El que no salta es un Pelotudo", en un claro estado de ebriedad. Y fue justamente su última aparición, pues luego de esa presentación (que a opinión de algunos "fue la más clara de toda su carrera científica, significando esto una demostración fehaciente de su capacidad profética") le fue otorgada una beca para residir en aquel neuropsiquiátrico pampeano junto a su tío.
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